Sexo, surrealismo, Dalí y yo, las memorias de Carlos Lozano by Clifford Thurlow & Carlos Lozano

Sexo, surrealismo, Dalí y yo, las memorias de Carlos Lozano by Clifford Thurlow & Carlos Lozano

autor:Clifford Thurlow & Carlos Lozano [Thurlow, Clifford & Lozano, Carlos]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Ensayo, Memorias
editor: ePubLibre
publicado: 2000-01-01T00:00:00+00:00


LANGOSTA EN SALSA DE CHOCOLATE

Sentados, contemplábamos el mar como si la bahía de Port Lli-gat fuera el visor de un microscopio. El Divino ajustó la imagen y analizó todo lo ocurrido el día anterior. El cotilleo y el escándalo le deleitaban. Quería saber quién dormía con quién y cuánto tenía guardado cada uno de ellos en el banco, y si se trataba de una fortuna familiar, deseaba saber cuán venerable y antigua era. «Al señor Douglas le regalaré un pequeño dibujo, pero a nadie más —dijo, y oí girar los engranajes de su mente maquiavélica—. Tiene el criterio de un verdadero coleccionista de arte.»

Un gato decidió estirarse tapándonos el sol del crepúsculo.

—Tírale una piedra y que se vaya, Cariños.

—Dejémoslo en paz.

—Eres muy dulce, Carlitos. Yul Brynner se ha enamorado de ti. Jean-Claude Drouot se ha enamorado de los gemelos y Kirk Douglas sigue enamorado de él mismo. En ningún momento dejó de admirarse en el espejo. Esa barbilla… C’est co-lossal! Además, me encantaron todas esas historias acerca de sus hijos. Lo cual, naturalmente, era una falacia, pues él postulaba que habría que cortarles la lengua a los que hablan de sus hijos.

Dalí no sabía escuchar a su interlocutor, pero lo intentaba, y en cuanto podía se lanzaba al ruedo con un relato similar, aunque mejor, más asombroso y divertido. Era un fanfarrón redomado, un maestro de la exageración. Sus anécdotas nacían como cuentos que pronto se transformaban en leyenda. Su primer viaje a Nueva York se había convertido en una empresa tan intrincada como el viaje de Jasón en el Argos. Había contado el faux pas del embajador Mateu al besarme la mano unas cien o quizá mil veces, cambiando el sitio, magnificando la sorpresa que se llevó el embajador, la vergüenza y mi reacción, hasta el punto de insinuar que el viticultor había querido abandonar a su esposa para que él y yo nos fuéramos a vivir juntos, y asegurando que yo estaba dispuesto a consumar tal locura. Dalí tomaba prestadas citas y chistes, plagiaba ideas y lo reinventaba todo.

«Soy un mentiroso que siempre dice la verdad», declaraba. Pero nunca citó al autor de aquella frase, Jean Cocteau. Dalí fanfarroneaba sobre la importancia de su influencia en numerosas estrellas de Hollywood y sus talentos alquímicos de Celestino. «¿Quién si no yo casó a Mía Farrow con Frank Sinatra? Lo hice porque eran totalmente incompatibles y la tarea se consideraba imposible.»

Presentí que el Divino estaba pensando en Samantha Eggar y los dos nos miramos al mismo tiempo. Levantó los ojos como observando el cielo y después los hizo girar cual peonzas. «Supe que quería desnudarse apenas puso un pie en mi casa. Siempre lo adivino. Sólo basta mirar el culo de una mujer para saber lo que tiene en mente y ella tiene un culo incomparable —dijo—. Fue un regalo inesperado, Carlitos. Debes traerme muchos más. Adoro los regalos y no me canso de que me los traigas.»

Ninguno de sus comentarios era casual sino que había sido cuidadosamente meditado y



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